Cuando un niño/a nos viene a consulta, generalmente nos encontramos con que algunos de los motivos que lo precipitan son:
Solicitan un informe del colegio, la familia detecta cambios de conducta en el niño/a, presenta malas notas, no tiene interés por nada, se porta mal, no se adapta al colegio, repite de curso, no se relaciona adecuadamente con sus compañeros, pega e insulta, etc
Padres y profesores suelen estar muy preocupados y sienten que no dan con la clave de lo que está sucediendo.
En definitiva, es un adulto el que trae al niño/a y generalmente por algo relacionado con el entorno académico y/o familiar.
Parece algo bastante obvio al tratarse de menores, el asumir que es otro el que trae el niño a consulta, sin embargo esta evidencia implica que el abordaje terapéutico se hace sin que el paciente acuda a consulta por propia iniciativa, si no por que alguien le trae.
En nuestra opinión, posicionar al niño en un rol pasivo es un error.
Imagine que sin previo aviso, le llevan a una habitación con una señora que no conoce de nada. La razón por la que le llevan, la desconoce, lo que tiene que hacer allí, también lo desconoce. Si no quiere ir le reñirán y le dirán que se porta mal. Suena un poco estresante, no?.
Ahora piense que usted intenta decirle a los demás que se siente mal, que hay algo que le está preocupando y no sabe cómo resolverlo, pero la gente que está a su alrededor no le entiende y lo único que le dicen es que es un caprichoso/a y se enfadan con usted por estar haciendo tantas pataletas. Suena un poco frustrante, no?
Si bien es cierto que niños y adultos nos manejamos con códigos diferentes, la misión del psicólogo terapeuta será la de traducir lo que le está pasando al niño/a a través de herramientas de evaluación e intervención y así descodificar sus conflictos para actuar sobre los mismos. En este contexto, el papel de los padres es fundamental. Nuestra intención es trabajar conjuntamente con los niños y sus familias para poner palabras a lo que está sucediendo.
El psicólogo habrá de trabajar respetando en todo momento los tiempos de cada niño/a y con cierta frecuencia preguntarle si sabe la razón por la que está en la consulta, explicarle qué hace un psicólogo, crear en consulta un espacio para él/ella y devolverles la información de lo que vamos descubriendo. De esta manera empoderamos activamente al niño/a en el proceso terapéutico.